Las emisiones de gases de efecto invernadero han disminuido y la calidad del aire ha aumentado, a medida que los gobiernos reaccionan a la pandemia de la COVID-19, pero Inger Andersen, directora del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), advierte que “no debe verse como una bendición para el medio ambiente”.

“A medida que avanzamos de una respuesta de 'tiempo de guerra' a 'reconstruir mejor', debemos tener en cuenta las señales ambientales”

Andersen pide un cambio profundo y sistémico hacia una economía más sostenible, que funcione tanto para las personas como para el planeta, porque “la pandemia mundial del coronavirus, que ya ha causado devastación y dificultades inimaginables, ha detenido casi por completo nuestra forma de vida”.

El brote tendrá consecuencias económicas y sociales profundas y duraderas en todos los rincones del mundo y, como señaló el secretario General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), António Guterres, el COVID-19 requerirá una respuesta como ninguna antes, un plan de “tiempo de guerra” en tiempos de crisis humana.

“A medida que avanzamos de una respuesta de 'tiempo de guerra' a 'reconstruir mejor', debemos tener en cuenta las señales ambientales y lo que significan para nuestro futuro y bienestar, porque el COVID-19 no es, en absoluto, un 'lado positivo' para el medio ambiente”, aseguró.

Los impactos visibles y positivos, como la mejoría de la calidad del aire o la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, son temporales y obedecen a la desaceleración económica y al sufrimiento humano, dijo Andersen.

Afirma que “la pandemia también dará como resultado un aumento en la cantidad de desechos médicos y peligrosos generados, y este no es el modelo de respuesta ambiental de nadie, y mucho menos el de un ambientalista”.

De hecho, el Instituto de Oceanografía Scripps ha destacado que el uso de combustibles fósiles tendría que disminuir en aproximadamente un 10 por ciento en todo el mundo, y necesitaría mantenerse durante un año para aparecer claramente en los niveles de dióxido de carbono.

“Cuanto mejor gestionemos la naturaleza, mejor gestionaremos la salud humana”

Por lo tanto, considera que cualquier impacto ambiental positivo a raíz de esta pandemia debe ser nuestro cambio en nuestros hábitos de producción y consumo hacia un ambiente más limpio y ecológico, porque solo los cambios sistémicos a largo plazo cambiarán la trayectoria de los niveles de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera.

“Entonces, después de la crisis, cuando se diseñan paquetes de estímulo económico compuestos de infraestructura, existe una oportunidad real de satisfacer esa demanda con paquetes verdes de inversiones en energía renovable, edificios inteligentes, transporte verde y público, etc.”, explica.

Con respecto a la enfermedad en sí, parte del desafío es comprender de dónde proviene, porque la salud del planeta juega un papel importante en la propagación de enfermedades zoonóticas, es decir, aquellas originadas por patógenos que se transfieren de animales a humanos.

“Cuanto mejor gestionemos la naturaleza, mejor gestionaremos la salud humana. Esta es la razón por la cual el marco de biodiversidad posterior a 2020 es muy importante, ya que un pilar importante del plan de recuperación post-COVID-19 debe ser llegar a un marco ambicioso, medible e inclusivo, porque mantener la naturaleza rica, diversa y floreciente es parte integrante del sistema de apoyo de nuestra vida, más aún cuando se considera que entre el 25 y el 50 por ciento de los productos farmacéuticos se derivan de los recursos genéticos”, señala Andersen.

Es necesario que el manejo prudente de la naturaleza sea parte de esa “economía diferente” que debe surgir, “una en la que las finanzas y las acciones impulsen empleos verdes, el crecimiento verde y una forma diferente de vida, porque la salud de las personas y la salud del planeta son una y la misma, y ambas pueden prosperar en igual medida”, concluyó.