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Si preguntamos a cualquier persona, ya sea padre de familia, profesor, o cualquier otro adulto sobre lo que entiende por adolescencia, seguramente que las respuestas serán múltiples y variadas, y en términos coloquiales pueden ser las siguientes: “la edad difícil”, “la edad de la punzada”, “la edad de la rebeldía”, “el cambio de la niñez a una edad más avanzada de la niñez”. La adolescencia también recibe el nombre de edad tonta, entre muchas otras calificaciones, aunque estos calificativos corresponden más bien a las reacciones de los padres frente a las dificultades para entender a sus hijos que a las propias conductas de los adolescentes. El concepto de adolescencia varía según la cultura que se explore. Como constructo social la adolescencia es un término con el cual se hace referencia a un segmento de la vida humana que, con muchas variaciones individuales, de género, culturales y sociales se le asocia con la edad, los cambios físicos, fisiológicos, psicológicos y socioculturales por los que pasa un individuo en dicho segmento.

El tema de la adolescencia en la actualidad es inagotable debido a la importancia ampliamente reconocida de esta etapa de la vida en la conformación de la personalidad adulta. Por esta razón, y cada vez con mayor énfasis, se ha convertido en objeto de estudio de múltiples y variadas disciplinas, sobre todo por el reconocimiento de que no es una realidad uniforme, porque no se repite de forma idéntica en cada etapa histórica, en cada contexto social ni en cada persona. En este capítulo se esgrimen los argumentos que sustentan mi postura respecto a que no se puede hablar de una adolescencia genérica y unitaria, así como tampoco se puede pensar en una crisis de la adolescencia como algo por lo que todo individuo deba “sufrir”, y todo padre deba “temer”. Se finaliza con una breve revisión y argumentación en torno al proceso en el que se encuentran reglamentados los derechos humanos para los y las adolescentes, por considerarlo de relevancia para reconocer la pertinencia de atender a las necesidades de la población identificada como adolescente.

Definición del concepto

¿Qué es la adolescencia?

Cuando nos interesamos en saber el significado de un término, es común que se recurra a la revisión de un diccionario o enciclopedia, en donde podemos encontrar distintas acepciones del mismo que, dependiendo de las características de la obra consultada, pueden proporcionar una gama amplia de definiciones: cronológica, jurídica, psicológica, médica, sociológica, etc. Aquí se analizan algunas de ellas.

Adolescencia como etapa cronológica

La vida humana ha sido dividida en distintos períodos dependiendo de la época, la disciplina y del autor que se ha interesado en su estudio, variando tanto el número como las denominaciones de dichos períodos. Actualmente, la división más aceptada es la que establece cuatro períodos principales: infancia, adolescencia, madurez y vejez. Stanley Hall (1911) pionero del estudio científico de este período de la vida humana, postuló que durante los primeros 20 años de vida ocurrían cuatro etapas principales: a) infancia (primeros 4 años), b) niñez (de los 5 a los 7 años), c) mocedad (de los 8 a los 12 años) y d) pubertad (de los 13 a los 24 años), y consideró a esta última como de gran desequilibrio y desajustes emocionales, aunque también reflexionó sobre la presencia de ciertos factores compensatorios. Sin embargo, especuló que estas etapas eran inevitables porque estaban predeterminadas biológicamente sin importar la influencia del ambiente y de los factores culturales. Estos factores, difíciles de sostener en nuestros días, son la razón por la cual han sido ampliamente cuestionados en torno a tres puntos principales: 1) la suposición de que el desarrollo adolescente esté supeditado a las funciones fisiológicas, sin tomar en cuenta la importancia de la influencia social y cultural; 2) la idea de que la adolescencia sea un período tormentoso y de estrés y c) la afirmación con respecto al inicio de la adolescencia como algo repentino y no como un proceso gradual y continuo.

La adolescencia es un período interesante en el desarrollo del ser humano, en el que niños y niñas transitan de la infancia a la edad adulta. Ya no son criaturas, como lo demuestran los cambios corporales a partir de la pubertad: el crecimiento de los miembros, la aparición de vello en el pubis y las axilas, el engrosamiento de la voz, el crecimiento del pene y las eyaculaciones espontáneas por las noches en los niños, así como el engrosamiento de los senos en las niñas. Aún con todo lo anterior, ellas y ellos todavía no son adultos, por más que intenten alardear de serlo ante padres y maestros (Oliveira Pasin de Lacerda y Lacerda, 2001)

La consideración de la adolescencia implica una edad cronológica diferente según las distintas disciplinas. Así, por ejemplo, de acuerdo con el Diccionario de la Lengua Gallega, la adolescencia es el término psicológico que designa el período evolutivo comprendido entre los 12 y los 18 ó 20 años, es decir, entre la niñez y la edad adulta. En esta definición, a pesar de que se alude a lo cronológico, se designa la adolescencia como un término eminentemente psicológico y evolutivo, sin considerar el aspecto biológico, cultural y social.

En el Derecho Romano se consideró en un principio que la adolescencia dependía del desarrollo físico de cada individuo, pero siendo esta medida poco precisa y excesivamente individual, Justiniano puso fin a esta incertidumbre fijando la edad del comienzo de la adolescencia en 14 años para los varones y 12 para las mujeres. También en el Derecho Penal Español se plantea que la adolescencia comienza a los 15 años y termina a los 18, sin considerar diferencias entre hombres y mujeres, así como tampoco otras características involucradas. Ya en el Derecho Civil Español se hace una distinción genérica entre varones y mujeres sin establecer una distinción precisa para marcar el inicio y fin de la misma en cada uno de ellos; se establece que inicia a los 12 ó 14 años, dependiendo del sexo, y concluye a los 23 años. Sin embargo, esta distinción genérica es establecida por el Derecho Canónico cuando establece que la adolescencia comienza a los 14 años para el varón y a los 12 para la mujer, y se extiende hasta los 21 años, edad a la que comienza la mayoría de edad.

Esta conceptuación cronológica sobre la adolescencia no escapó a los hombres de la antigüedad, así señala Horrocks (1990): “En «Emilio», Rousseau describió los eventos del período adolescente entre los 12 y los 15 años, etapa a la que llamó la edad de la «razón». También señaló que la pubertad era el evento más crítico en la secuencia del desarrollo humano” (p. 18).

Basten estos ejemplos para ilustrar la complejidad que representa entender la adolescencia en términos cronológicos. Sin embargo, históricamente ha habido períodos que han destacado la importancia de una edad determinada para ciertas actividades, es decir, para la asignación de roles sociales de acuerdo con la edad, por ejemplo, la edad de inicio de la vida académica (edad para ir al jardín de niños, iniciar la educación básica, media y superior); edad para ejercer el derecho de votar por un partido político o por un candidato; edad de la «mayoría de edad»; edad de jubilación; edad para hacerse acreedor de una beca para estudiar, etc.). El problema se complica ante la heterogeneidad de edades establecidas en los distintos países y culturas. Lo cierto es que la concepción de adolescencia en términos cronológicos es un fenómeno construido socialmente y que trae consigo problemas para muchos jóvenes, sobre todo porque la edad establecida para la etapa adolescente se relaciona con el desarrollo biológico, cuando se inician los cambios físicos y fisiológicos de la pubertad, mismos que dependen de factores tales como la herencia de los padres, la alimentación, el clima y el estado de salud.

Oliveira Pasin de Lacerda y Lacerda (2001) coinciden al señalar que: “La edad en que esas transformaciones ocurren no es siempre la misma, ya que dependen de varios factores: la raza, la cultura, la alimentación y la herencia. Puede comenzar alrededor de los 12 años y terminar alrededor de los 18, pero aquí también hay un gran rango de variación individual” (p. 4). Dolto (1990) ha escrito al respecto que: “…se habla hoy de la población de los «Ados», expresión mediática que tiende a aislar a los individuos jóvenes «de paso», «en tránsito», encerrándolos en un tipo de edad. En vez de limitarse a situarla en la pirámide de las edades, es más interesante buscar un consenso y superar las controversias y desacuerdos entre los psicólogos, sociólogos endocrinólogos-neurólogos. Algunos prolongan la infancia hasta los catorce años y sitúan la adolescencia entre los catorce y los dieciocho años, como una simple transición hacia la edad adulta. Aquellos que la definen en términos de crecimiento, como un período de desarrollo muscular y nervioso, se sienten tentados incluso a prolongarla hasta los 20 años” (p. 11).

En la actualidad, tiene cada vez más aceptación la idea de que los hombres y mujeres jóvenes del mismo grupo de edad, presentan un crecimiento y desarrollo biológico y fisiológico diferencial, nunca igual. No hay transformaciones súbitas en el desarrollo humano; el niño se convierte en adolescente en todo un proceso imperceptible, la adolescencia no sobreviene repentinamente, por lo tanto, no es posible fijar el momento exacto en que se podría decir “aquí termina la infancia y a partir de hoy inicia la adolescencia”.

Sin embargo, el desconocimiento de las diferencias interindividuales puede generar en padres y jóvenes sentimientos de preocupación porque, al compararse con sus coetáneos de la misma edad y observarse distintos entre sí en cuanto al crecimiento físico de estatura, o en cuanto a la presencia de caracteres sexuales observables en los demás y no en sí mismos, les genera angustia, sentimientos pobres de sí mismos que los conducen hacia el aislamiento y la preocupación; contrariamente, muchos jóvenes que se han desarrollado antes que sus compañeros pueden sentirse también avergonzados por ese hecho y vivir el proceso de estos cambios con incomodidad y conflicto.

Definición etimológica

El término “adolescencia” tiene su origen etimológico en el latín; proviene del verbo adolescere, que significa “crecer y desarrollarse hacia la madurez“, por lo que debe ser considerada como un proceso y no como un período de la vida humana. La palabra joven también es una palabra que proviene del latín semiculto juvenis. El vocablo universalmente usado fue MOZO, no únicamente en la Edad Media, sino en todo el Siglo de Oro Español. El término joven tiene como derivaciones jovenado, jovencico, jovencifo, jovencito y juventud (Corominas, 1994).

Sin embargo, como ha mencionado Horrocks (1990), durante la tercera parte del siglo XIX, los mejores estudios sistemáticos sobre la adolescencia se encontraban principalmente en los escritos de filósofos, educadores y otras personas interesadas en la educación y el comportamiento de los jóvenes. Por lo general, tales discusiones fueron especulativas, no obstante algunas de ellas representan un intento por ofrecer un punto de vista estructurado y general de esta época de la vida. Entre los que ejercieron mayor influencia en su época se encuentran los escritos de Aristóteles, Platón y Rousseau, cuyo pensamiento ha ejercido gran influencia hasta nuestros días.

Podemos ver que el término adolescencia, visto desde la concepción etimológica, hace referencia a un proceso en el cual se llega a alcanzar la madurez, misma que no es posible lograr por todos los individuos a la misma edad, dado que ésta depende de múltiples factores interrelacionados que afectan de manera diferencial a los propios jóvenes, a los padres y a los adultos interesados en su estudio. Si la adolescencia es considerada como un proceso en el que el individuo crece y se desarrolla hacia la madurez, no es posible que dicho crecimiento y desarrollo se dé a la misma edad y de manera homogénea para todos los seres humanos.

Es necesario entonces comprender la individualidad y el proceso personal por el que transita cada ser humano en lo biológico, psicológico y social para orientar y favorecer su proceso de desarrollo hacia la madurez, independientemente de su edad cronológica y de los cambios biológicos que se observan en los jóvenes. No basta que una persona tenga los 18 o 20 años para considerarlo maduro o inmaduro, porque como seres humanos de cualquier edad estamos en condiciones de crecimiento y superación constantes. Igualmente, podemos observar en lo cotidiano que muchos adultos distan mucho de tener madurez, tal vez sí en lo biológico, pero no en otras esferas como la psicológica y la social.

Otro aspecto que ha influido grandemente en la actual forma social de proceder para demarcar la niñez de la adolescencia es el relacionado con los rituales que aún persisten en los países de civilización primitiva, donde el rito de abandono de la niñez para entrar en la adolescencia es a menudo un rito sencillo, consistente en una fiesta o procesión por las calles, pero otras veces ha sido más complejo, acompañándose de ceremonias especiales, en muchas ocasiones dolorosas, incluyendo mutilaciones. Ejemplos de tales rituales son: la circuncisión, que consiste en una operación en la que se suprime el prepucio o piel móvil que cubre el pene; rotura de dientes, en la que los dientes afectados por este rito suelen ser los dos incisivos de la mandíbula inferior de los varones, o en otras ocasiones el diente superior frontal en ambos sexos; limadura de dientes, que se practica sin distinción de sexo; picar los dientes a las niñas cuando llegan a la adolescencia, aunque esta costumbre parece haber desaparecido en la actualidad; perforación de labios y orejas, este rito de perforar el labio inferior a las niñas tiene como objeto colgar de él un adorno distintivo; escarificación, tatuaje, donde las escarificaciones se realizan en el rostro y otras partes del cuerpo. Algunos otros ritos consisten en pinchar a las niñas con espinas, introduciendo luego en los pinchazos ceniza mezclada con sangre a fin de hacerlos indelebles, operación que habían de sufrir sin quejarse; desfloración artificial, que consiste en la dilatación artificial del conducto vaginal al llegar las niñas a la pubertad; ayuno, en muchos casos se obliga a los adolescentes a guardar riguroso ayuno, en ocasiones muy prolongado, vagando sólo hasta que en sueños descubre cual es su vocación.

Aunque antiguamente el paso de la niñez a la adolescencia iba acompañado de ritos y ceremonias específicas, estas costumbres se siguen conservando en algunas tribus, y otras se han transformado en rituales sociales para demarcar el tránsito de la niñez a la adolescencia, tales como las fiestas de los judíos. El proceso de la adolescencia ha singularizado una etapa construida socialmente y cuyas características han sido bien definidas y han sido asociadas a una problemática hegemónica muy específica. Esta idea es apoyada por Andriani, Bock, et al (2003), cuando mencionan que: “la concepción actual y hegemónica en la psicología (así como en los medios de comunicación y en el imaginario popular) es de una adolescencia como etapa natural, inherente y propia de desarrollo del hombre. Etapa marcada por conflictos y crisis «naturales» de la edad, por tormentos y perturbaciones vinculadas a la emergencia de la sexualidad, en fin, una etapa marcada por características negativas sufridas y patologizadas, que ocurrirán necesariamente en cualquier condición histórica y cultural, es decir, universalizada”